Sobre Pauline Lair Lamotte / Madeleine Lebouc

Aldo Burgos

La censura en la escritura en psicoanálisis (en especial de nombres propios) ha sido un recurso con el que nos encontramos muy frecuentemente al trabajar las monografías clínicas en cualquiera de sus modalidades. Aunque esta maña no es exclusiva del psicoanálisis, éste se ha servido de ella en la gran mayoría de los casos publicados; desde Freud en sus estudios sobre la histeria con Breuer, pasando por sus casos “clásicos” como Hans (Herbert Graf), el hombre de las ratas (Ernst Lanzer), y otros más ocultos, como fue el mayor tormento de Freud (y por ello uno de los más ocultos) Frau E quien fue Elfriede Hirschfeld, hasta una Aimee de la que habló un tal doctorante Jaques Lacan.

La censura del nombre propio se piensa desde la perspectiva de cuidar la identidad del sujeto del que se habla, que no sea reconocible o no se sepa de quién se trata. Curiosamente se expone todo lo demás menos el nombre, se expone lo privado de las sesiones, lo que el sujeto confía al analista y al médico, sus amores, dolores, sufrimientos, angustias y deseos, en sí todo aquello íntimo se expone en la escritura de casos… menos su nombre.

Sin embargo, la historia que continúa lo escrito de esos casos no cesa en demostrarnos que dicha censura siempre ha sido fallida, por algo ahora sabemos los nombres reales de aquellas personas a las que se les puso un pseudónimo e incluso, podemos conocer información respecto a dichos sujetos más allá de lo que dicen esos escritos.

Por otro lado, las consecuencias ante la falla de la censura del nombre propio se han dejado ver incansablemente. Dichas consecuencias pueden ser desde algo tan simple como que un joven músico se presente en el consultorio del analista y antes de tomar asiento diga la frase “yo soy el pequeño Hans”, como hacer que un ya reconocido Doctor Lacan tenga que interrumpir sus sesiones por una tarde y salir corriendo a comprar todas las copias de su tesis recién reimpresa porque un analizante lo confrontó diciéndole “¿Por qué no me reconoció usted como el hijo de Aimée?”. Si de algo podemos dar cuenta es de que la censura falla en algún momento y no hay manera de medir las consecuencias.

En este último ejemplo, la censura que Lacan aplicó no se limitó solamente a Marguerite (llamándola Aimée), sino también a una conocida de ella, a la cual la dio a conocer como “C. de la N.”, durante varios capítulos donde se le menciona, Lacan cuidó este detalle con la persona en cuestión debido al contacto que mantuvo con Marguerite antes del famoso pasaje al acto que cometió. Pero pese a sus cuidados, solo faltó una pequeña omisión para soltar el verdadero nombre de C. de la N., lo anterior fue suficiente para que no solo se descubriera el nombre real de alguien de quien se escribía, sino que fue uno de los elementos importantes que permitieron ubicar la identidad y quitar ese velo llamado Aimée con el que se pretendía ocultar a Marguerite. Por ende, el desenlace que siguió con Didier, ya no solo como aquel analizante y alumno de Lacan, sino ahora como hijo de esa Aimée/Marguerite de la cual Lacan escribió para su tesis doctoral, fue esa confrontación que ocasionó un nuevo intento de censura con la compra de todas esas reimpresiones (viene a la mente la frase que enuncia en la clase del seminario El deseo y su interpretación del 4 de febrero de 1959: “… un paso imprudente no puede rectificarse más que por medio de otro paso imprudente. El error es mucho menos instructivo de lo que se cree, ya que la única chance de escapar del error es cometer otro que lo compense”). Debido a la dinámica propia de los secretos, el contenido del secreto es conocido por todos menos por los implicados. Al momento en que Lacan saca de circulación su tesis, muchos de sus alumnos (entre ellos Allouch) se cuestionan de la razón por la cual no es posible conseguir una copia de la tesis en ese momento, lo que llevó a que todo el mundo supiera del conflicto alrededor de la tesis. Cabe mencionar que, en las versiones actuales de la tesis tanto en francés como en español, es posible aún encontrar esta omisión que Lacan jamás vio.

Este tema fue trabajado ampliamente por Allouch en su escrito sobre Marguerite. Sirva esto como una invitación al lector para darse una vuelta por ese texto.

En este punto, queda abordar un escenario diferente. Un escenario en que, de igual manera, existe una censura del nombre propio de un sujeto, pero con una diferencia de gran importancia, que a simple vista podría no parecer relevante, sin embargo, por sus efectos lo es. ¿Qué pasa cuando la intención de censurar, de anonimato, de ocultamiento de la identidad viene no de parte del médico solamente, sino que empieza por el mismo sujeto? Con respecto a esta pregunta, hacemos referencia al caso de Paulin Lair Lamotte, quien utilizó el pseudónimo de Madeleine Lebouc durante gran parte de su vida.

El caso de Pauline (es importante aclarar que cuando se escribe el término caso siempre será en el sentido foucotiano del término, entendiendo caso como un evento único o espacio donde surge una particularidad) rico en sus detalles, y entendiendo el momento en el cual surge, ha permitido varias vías de análisis. Paciente del genio francés Pierre Janet en el hospital de Salpêtrière, a quien en más de una ocasión movió de lugar, incluso la expresión “poner en jaque” podría caber aquí. Pauline fue una mujer burguesa quien eligió como su camino de vida la santidad a partir de ser inspirada por el estudio de la vida de Francisco de Asís. Con la convicción de que la santidad se alcanzaba a partir de la pobreza y la miseria, exponiéndose a los escenarios más complicados que ello implica, Pauline renuncia a todas aquellas posibilidades de tener una vida digna y/o cómoda. Profundiza en los más graves niveles de pobreza de su época, viviendo únicamente de la caridad de algunos religiosos, despojándose de lo poco que podía tener para dárselo a alguien igualmente necesitado, pero que, a sus ojos, siempre era más necesitado que ella. Mantenía un contacto relativamente frecuente con su familia, en especial con su hermana mayor Sophie. Dentro de esta correspondencia se pueden encontrar varios intentos de Sophie por hacer cambiar de opinión a Pauline y que regrese a su casa con la intención de que siga llevando su vida dedicada a la religión, pero sin los extremos a los que estaba expuesta en ese momento. Por su lado, Pauline no consideraba otra forma de poder llevar a cabo su misión y deseo. A partir de ello, en el momento en el cual Pauline es encarcelada (un año) por vagabundear en las calles de París, decide nombrarse Madeleine Tony y posteriormente, Pauline usará el nombre de Madeleine Lebouc, con el cual será conocida en Salpêtrière y después de su salida del hospital, salvo por su familia y médico.

El uso de un pseudónimo por parte de Pauline no tiene la intención de no afrontar las sanciones parisinas por mendigar y dormir en vía pública, sino, curiosamente para poder cumplir con esas sanciones (encarcelamiento y trabajo forzado). ¿Por qué? De acuerdo con lo que expone Maître en su texto, Pauline no quería que se le identificara debido a que eso implicaría la notificación a sus familiares, los cuales contaban con los medios para pagar fácilmente su multa y evitarle dicha experiencia. De esta manera vemos que el pseudónimo funciona (y bastante bien para la ocasión), no permite la ubicación de los familiares de Pauline, oculta su identidad, genera un pasado no rastreable, la policía no puede contactar a su familia y no queda otro remedio que proceder con las sanciones.

Pauline se sirvió de su pseudónimo por mucho tiempo, dejando su identidad únicamente a aquellas personas que la conocieron antes de tener que necesitarlo, como su hermana y su director de conciencia. Al llegar al Salpêtrière por cuestiones de salud, Janet usa de igual manera este pseudónimo al momento de escribir sobre ella, no solo en su texto De la ansiedad al éxtasis sino en varias conferencias a lo largo del tiempo en que Pauline estuvo internada y aún después. Pese a que fue meticuloso en todo momento, tanto en escritos como ponencias, hubo algo en lo que no reparó que fue lo que permitió reconocer y ubicar a Pauline como la persona detrás de esa Madeleine: su propio archivo. De acuerdo con los registros Janet sostuvo una correspondencia constante con Sophie; aunque la hija de Janet confirmó haber eliminado parte del archivo de su padre tras su muerte, aún fue posible para Jaques Maître encontrar material (y bastante) perteneciente a dicha correspondencia y no solo a eso, sino también a escritos variados en contenido de la misma Pauline. Este material fue el que posibilitó reconocer a Pauline, conocer su apellido y rastrear parte de su pasado antes de ser Madeleine.

En este punto cabe aclarar que no es por poca cosa que Janet, después de tanto tiempo de que concluyó su relación con Pauline, siguiera teniendo en su poder documentos referente a ella. Considerando que Janet fue uno de los psiquiatras más enérgicos en rechazar las ideas freudianas, lo cual ocasionó que el pensamiento freudiano tuviera muchas complicaciones para entrar en el terreno francés a inicios del siglo XX, es sumamente trascendente ver cómo una paciente pudo poner en jaque al gran psiquiatra Janet con respecto a su práctica y su concepción de la histeria. Pauline fue la grieta en el muro que, de manera accidental, acercó a Janet de manera no intencionada al psicoanálisis. Primeramente, lo hizo renunciar al uso de la hipnosis por petición de la misma paciente (ella misma no le permitió a Charcot ni siquiera intentar aproximarse a ella, mucho menos a un discípulo de éste), en un segundo momento, el uso del diván en la sesión privada que tenían (aunque esto no fue una práctica que solo sostuviera con Pauline, no deja de ser llamativo). Y tercero y quizá más claro, Janet no puede sino hacer uso de un texto de Freud para poder explicar un punto particular referente a los sueños que Pauline le entregaba; el gran detractor de Freud buscando referencias sobre los sueños en el mismo Freud.

El impacto que tuvo Pauline en Janet es bastante considerable (vamos, escribió dos tomos sobre ella). Incluso sale en defensa de ella comentando que ese episodio de locura, el que quizá por sus fenómenos sintomáticos pudiéramos decir que es el más llamativo o complejo, no es diferente al de cualquier otro sujeto.

Uno de los efectos que tuvo el escrito de Janet al compararla con Teresa de Ávila en lo referente a la elección de una vida santa (¡vaya que eso enojó demasiado a las comunidades católicas de la época!), fue que los críticos religiosos no se quedaron callados y los ataques no se hicieron esperar. Después de varias críticas en las cuales no es difícil percibir el acento misógino y autoritario que perdura en la estructura del catolicismo en general, el pseudónimo de Madeleine tuvo otra función, en este caso (desafortunadamente), el de ser objeto del ataque encabezado por los religiosos. Los esfuerzos del Padre Bruno Jesús-Marie (1892-1962) se enfocaron en diferenciar a Madeleine de cualquier parecido que pudiera acercarle a la imagen de Santa Teresa de Ávila. Algo que podemos señalar referente a este ejercicio fue el hecho de que, de toda la documentación de Janet que sobrevivió hasta ahora, los escritos que se eligieron para analizarla fueron seleccionados con una meticulosidad considerable excluyendo por completo aquellos archivos que, o no tenían nada que ver con lo que les interesaba encontrar o aquellos en los cuales hubiera contenido que contradijera su exposición. Ciertamente es imposible saber cuán amplio era el contenido del archivo original de Janet, pues no se puede decir con exactitud cuánto del material original fue eliminado. Pese a ello, por el material que sobrevivió y pudo ser recopilado por Maître podemos dar cuenta de que aquellas críticas dolosas solo fueron posibles a partir de una cierta parte del archivo, aquella que ocupa una parte del periodo de su internamiento (y ni siquiera en su totalidad).

Ventajosamente se seleccionan las bases sin una verdadera intención de una revisión crítica o seria, a fin de cuentas, no hacía falta, el objetivo era claro para el Padre Bruno; deshacer cualquier parentesco que pudiera haber entre la vida de Madeleine y la vida de Santa Teresa y, de esa manera, salvar y reafirmar la santidad de una y negarle a la otra la suya. Si para ello tuvo que servirse de un diagnóstico que caducó incluso poco antes de que Madeleine concluyera con su internamiento o, recortar de manera masiva el material disponible sobre su vida para enfocarse en una pequeña parte de este como su fuente primaria descontextualizando ese contenido de su desenlace o sus antecedentes, no importaba con tal de cumplir su objetivo.

Pese a sus ataques, hay algo que el Padre Bruno olvidó (u omitió). Tal como Lacan y Cornaz comentaron en algún momento, al santo no se le conoce por el escrito, “…al igual que Lutero, la verdadera santidad no tiene imagen: no se lee en las obras”. Es aquí donde la interpretación que da Jaques Maître sobre este acontecimiento tiene lugar (y que de hecho parece bastante asertiva): Para el Padre Bruno, Santa Teresa de Ávila tiene la significación de una madre, una madre santa e idealizada, pura e inmaculada. Por ello cuando Janet escribe que la trayectoria de Madeleine es en algo similar a la de Santa Teresa, no pudo sino sentirse ofendido (como un insulto a su propia madre, pues lo era para él, a manera de una madre simbólica) y obligado a responder con tan desmesurado ataque.

De lo anterior podemos sacar dos conclusiones: primeramente, es muy claro que el ataque que dirigió el Padre Bruno fue erróneo en cuanto a su destinatario, pues no fue Pauline quien se comparó con Santa Teresa de Ávila sino Janet quien de una manera nada dolosa hace una reflexión meramente comparativa con respecto a la concepción de la santidad a partir de la pobreza que predicaba la santa y que, de una manera similar, era entendida por Pauline. De esta forma Janet lanza la pedrada y Madeleine las paga. Aunado a esto, la otra persona que realizó un comentario sobre Santa Teresa en el asunto antes de Janet (y que podríamos suponer fue la referencia para que él hiciera la polémica comparación) fue el Padre Conrad, quien en una carta cita a Fénelon con una leve referencia a la Santa aproximándose al tema de la santidad, pero en ningún momento hace referencia o indica que sea lo mismo con Pauline. En segundo lugar, el pseudónimo que Pauline utilizó durante una parte de su vida (Madeleine Lebouc), sin quererlo, toma una función bastante particular; ser el blanco de esos ataques y no la propia Pauline. En el momento en el que surge la réplica por parte de la comunidad católica (pues el escrito del Padre Bruno solo fue uno de tantos, aunque haya sido el primero y el más enérgico), Pauline ya había fallecido (ella fallece en 1918 y Bruno empieza a publicar en la revista Études carmélitaines después de 1931), de esta manera y en ese primer momento no se pudo ubicar quién estaba atrás de Madeleine, por lo cual ese nombre fue el blanco y no Pauline.

De esta manera se puede dar cuenta de que se atacó a Madeleine, se pusieron en duda sus convicciones franciscanas y su misión de vida, se le clasificó como una falsa, se realizó un señalamiento del imperio de la histeria sobre su persona, se le llamó delirante y perturbada, pese a que el médico tratante y responsable de la publicación del caso hizo una aclaración que esta comunidad ignoró. Y de esa manera, todo se dirigió a Madeleine y no a Pauline.

Por su lado, al terminar su internamiento y regresar con su familia, Pauline ya no tuvo necesidad de volver a usar ese nombre que adoptó durante tanto tiempo. Siguió su vida en paz, fiel a sus ideales de pobreza y su deseo por tener una vida en santidad hasta el final de sus días. Pauline no se vio manchada por todos los ataques que Madeleine recibiría unos pocos años después de su muerte. No es sino hasta que Jaques Maître publica su libro Une inconnnu celébre en 1993 que pudimos conocer la identidad de Pauline Lair Lamotte, es él quien nos revela la identidad de aquella Madeleine que llevó de la angustia al éxtasis a Pierre Janet. Es poco probable que Janet se imaginara que al publicar sobre Pauline a través de Madeleine ocasionaría una respuesta como la que tuvo por parte de los religiosos de ese tiempo (nuevamente, al publicar un caso no podemos conocer a priori sus efectos). En este sentido podría decirse que, en lo particular de la situación, la censura del nombre de Pauline, aprovechando el nombre que ella misma usó para identificarse, Madeleine, sirvió para que no recibiera esos ataques directamente, sino que se enfocaran (erróneamente) en Madeleine, dejando a Pauline en paz con su espiritualidad.

Para concluir, vale la pena repensar un poco este pseudónimo de Madeleine. No vale la pena detenerse mucho en el apellido pues Maître en su texto lo aborda ampliamente. Evidentemente en francés es más intuitivo entender el sentido del nombre Madeleine y aterrizarlo en la situación de la persona. La traducción de Madeleine al español es el nombre Magdalena, personaje bíblico que tuvo gran relevancia para Jesús (a mucho les incomoda el hecho de que a la primera persona que Jesús se le presenta tras su resurrección es Magdalena y no a sus discípulos). Estrictamente hablando, no queda claro que la prostituta que Jesús salvó de ser apedreada sea ella, algunos sostienen esta hipótesis por el hecho de que su primera aparición en la historia bíblica es posterior a esta escena y, por ello adjudican la imagen de la prostituta a la misma, lo cual también la hace blanco de las críticas, y muy probablemente (aunque no es posible asegurarlo, solo suponerlo de cierta manera) haya sido la imagen que tuviera Pauline de Madeleine, ya que incluso hoy en día, es una idea ampliamente reconocida y por ello es muy probable que también sea la imagen que se tenía de Magdalena en los tiempos de Pauline. De esta suposición podemos encontrar una base. En una carta escrita a su padre alrededor de 1888, referente a su nueva identidad, Pauline explica lo siguiente:

DESDE HACE MÁS DE DIEZ AÑOS, ME LLAMO MADELEINE LEBOUC. EN VISTA DE QUE DIOS ME DIO UNA VOCACIÓN ESPECIAL Y ME DESTINÓ A SUFRIR POR MÍ Y POR TODOS MIS HERMANOS, LLEVO EL NOMBRE QUE ME CORRESPONDE. SABES QUE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO EL CHIVO EXPIATORIO ESTABA CARGADO CON TODOS LOS PECADOS DEL PUEBLO DE ISRAEL. BUENO, PADRE QUERIDO, ME ENTENDERÁS, ESTOY SEGURA. SÍ, CARGUÉ CON TODOS LOS PECADOS DE LOS HOMBRES. DIOS ME DIO A CONOCER QUE ÉL QUERÍA QUE YO ME UNIERA AL SACRIFICIO DE JESÚS VÍCTIMA…

Si algo se pudiese asegurar casi por completo, es el hecho de que el padre Bruno no leyó o ignoró intencionalmente esta carta tan reveladora por contradecir en tan pocas líneas su argumento para la crítica que le dedicó a Madeleine. Pese a que este pequeño fragmento tiene varias aristas para pensarse (e intentarlos abarcar todos sería una locura), resaltemos algunos en específico. Primeramente, deja en claro que lleva el nombre que le “corresponde”, la elección del nombre tiene una intención y sentido. Lo equipara con el chivo expiatorio del antiguo testamento y esto hace sintonía con el nombre elegido Madeleine (Magdalena). Teológicamente hablando, la persona de Magdalena representa por un lado (y siguiendo la tesis expuesta con anterioridad), la misericordia de Dios incluso con aquellos que han cometido pecados e incluye a aquellos que incitan a pecar a los otros. De manera distinta, pero en concordancia, la figura del chivo expiatorio carga con los pecados del pueblo y se le sacrifica para que sean perdonados por Dios. Si en este sentido, la figura de Magdalena es la representación del pecador que es perdonado y el chivo expiatorio sirve para perdonar los pecados de un pueblo, Pauline se reconoce como pecadora y al mismo tiempo como instrumento de sacrificio para el perdón de los pecados de los otros… ¿A quién se parecerá? Justo ella misma da la respuesta y es un gran ejemplo de que escribiendo uno dice más que lo que cree. Jesús es el chivo expiatorio por excelencia pues en su sacrificio lleva el perdón de los pecados de la humanidad (una pequeña contradicción que los franciscanos no han dejado de señalar a las demás ordenes católicas hasta la actualidad y por ello les siguen siendo algo incómodos), Madeleine entonces significa para Pauline el reconocerse pecadora (sus cartas lo corroboran) y la que se sacrifica por los otros (sus actos dan fe de ello). Y es aquí donde ella usa un término muy particular, el de “Jesús Victima”. Término que viene de la teología apologética, la cual tenía como fundamento la defensa de Dios (por ello tantas guerras religiosas en el medievo), que en el sentido que fue pensado originalmente el término fue para fundar la culpa que la humanidad debía tener ante el sacrificio de Jesús en la cruz, cambian de paradigma no tanto como un sacrificio hecho por su voluntad sino, como víctima de la humanidad. Dicha corriente teológica pese a que ya estaba con más de un pie fuera para esos tiempos, aún existía. Este concepto que, podría incluso leerse como algo contradictorio, en este caso resignifica la elección del nombre, “que yo me uniera al sacrificio de Jesús Víctima…” hace referencia a la escena de la crucifixión en la cual una de las tres personas que acompañaron a Jesús estando ya crucificado fue la misma Magdalena junto a María y a un joven Juan.

Madeleine fue entonces elegido por Pauline como el nombre que le permitía significar todo aquello, incluso aquí como últimas palabras para esos religiosos, se puede decir que Pauline sí se identificó con alguien y no fue con Santa Teresa de Ávila, sino con Magdalena/Madeleine por esa cercanía a Jesús, por ser la que carga con el estigma de la pecadora y la que cargará con los pecados (ya sea por deseo propio o por un imperativo de Otro. Quién sabe si eso tendrá alguna relevancia) y al mismo tiempo gozar de la voluptuosidad y la beatitud que viene al estar en tan cerca de Jesus, misma que experimentó por un tiempo cuando estaba internada. Entonces fue Madeleine la que cargó y recibió ese apedreo por parte de los religiosos, tal como le iba a pasar a la Magdalena bíblica. Este deseo referente a la carga de los pecados de los otros, pensándolo en su época, no es algo ajena a la misma. La interacción entre Janet y Pauline tuvo lugar a inicios del siglo XX en Francia. Pese a que no eran los tiempos de la Primera Guerra Mundial, la situación en Europa no era estable y tenían lugar varios conflictos internos. Un ejemplo bastará: una de las comunicaciones más constantes que Pauline compartía con su director de conciencia eran las leyendas acerca de los crímenes atroces de los que se enteraba a lo largo de los días durante su estadía en París en los barrios pobres, entre ellos los más graves eran rumores de canibalismo e infanticidios. Crímenes y pecados que ella lamentaba y por los cuales dedicaba horas de oración pidiendo perdón por los pecados. De esta manera, el discurso de Pauline estaba acorde al espíritu de su época.

La elección de cambio de nombre de Pauline por Madeleine tuvo una significación bastante contundente, no fue una elección al azar. A través de aquel nombre pudo significar aquello de lo que solo ella podía dar cuenta, aquello que incluso a su familia y seres cercanos les costaba entender, la búsqueda de la santidad por medio de la pobreza, inspirada inicialmente por Francisco de Asís sí, pero articulada hasta que Madeleine es asumida como nombre. Al final, Madeleine cargó con los pecados de los otros, recibió los ataques, los tratamientos, los encarcelamientos, llevó a cabo los trabajos forzados, aguantó todo eso y tal vez solo así Pauline pudiera seguir su vida espiritual.

Bibliografía:
Allouch, Jean. Marguerite o la Aimeé de Lacan. Ed. Cuenco de Plata. 2008.
Janet, Pierre. De la angustia al éxtasis I. Ed. Fondo de cultura Económica. 1992.
Janet, Pierre. De la angustia al éxtasis II. Ed. Fondo de cultura Económica. 1992.
Maître, Jaques. Una célebre desconocida Madeleine Lebouc/Pauline Lair Lamotte (1853-1918). Ed. Epeele. 1998.
Lacan, Jaques. Lacan. El seminario 6. El deseo y su interpretación. Ed. Paidós. 2014.