ESCUCHA Y ACTO. REVISIÓN DEL OFICIO DE ANALISTA.
Este es un espacio, un dispositivo, una escena que tiene su estatuto epistemológico para replantear y fabricar el misterio, enigma relativo de ciertas lógicas de casos clínicos así como de los conceptos fundamentales, que de alguna manera quedan en una vaguedad embarazosa.
Es un espacio palabrero para relanzar el Discurso. Y tomar distancia de todo fenómeno religioso, o bricolage ortopédico o resorte que convoque a la sugestión.
Tirar las cartas sobre la mesa para conocer que la experiencia con cada paciente, con cada analizante, nunca puede repetirse dos veces de similar manera, porque siempre diferirá sensiblemente de un caso al otro.
En este sentido, lo que se repite en la experiencia permite extraer una estructura que puede formularse y matematizarse. Se trata de ponerla a trabajar, comentarla.
Cada analista a su modo, según su lógica, al servicio de una posición subjetiva.
Lo que el analista no sabe determina el uso que puede darle al saber. El “no saber” tiene de esta manera un lugar de primer plano.
La función de analista le permite captar la novedad de la palabra. Siendo que el síntoma del analizante, lo que cojea en su palabra, escapa a todo guion preestablecido. Es acto en el momento de un instante.
Momento en que lo que acaba parece desenredarse de lo que no acaba. Hay allí un quiasma.
Con todo, este apartado es un lugar de manufactura para la escucha y las reflexiones sobre los destinos de la pulsión y sus vicisitudes. Hacer resaltar el fantasma y sus consecuencias. Las concatenaciones entre Goce y Deseo.
Entonces: analizar será desatar. Y un fin de análisis, atarse, sujetarse a la castración.

Fundadora
